miércoles, 12 de febrero de 2020

Eusebio Mayalde, se queda la tradición. Entrevista en Salamancartvaldia.Fácil lectura


Eusebio Mayalde, se queda la tradición
La boina calada, Eusebio Martín nos espera, el cigarro en la boquilla hecha con un hueso de liebre, a la usanza de los pastores. No se la quita, cuenta, en memoria de los hombres de la España vaciada que se hartaron de engurruñarla al descubrirse ante el patrón. Esos hombres, esas mujeres que habitaron la Salamanca vaciada y que le contaron y le cantaron a Eusebio y a Pilar, todo su saber. Los cantes y los bailes que el abuelo le enseñó al prodigioso Zaniki de la película de Gabriel Velázquez. Porque la tradición es la obligación de contar al siguiente lo que te han contado. Contar cómo se habla a una encina, cómo se hace música con platos y cucharas. Botos camperos hundidos en la raíz de su tierra, Eusebio Mayalde tiene la quieta dignidad, sobria, fina de retranca, de la auténtica nobleza charra.
Charo Alonso: Ha sido grande el anuncio de Correos de la España vaciada.
Eusebio Mayalde: La verdad es que ha saltado ahí una chispa para los medios de comunicación. En la presentación de Madrid estaban prácticamente todos y de repente todos eran de pueblo y decían que les encantaría vivir en un pueblo. Pero España se lleva vaciando, por lo menos en esta parte nuestra, media vida.
Ch.A.: ¿Y cómo revertimos eso?
E.M.: La cosa es complicada, por varias razones: una, porque cuando éramos niños, nuestros padres tenían de cinco hijos para arriba. La iglesia seguía diciendo que había que tener hijos para el cielo. Eso le venía de puta madre a los ricos, porque cuando los pobres tienen hijos que no pueden alimentar, son mano de obra barata. Te puedo poner miles de cintas que nosotros hemos grabado donde te dice la gente que lo han pasado muy mal, y esa es una de las razones de su arte, porque cuando no hay para comer, se canta, pero se canta casi como alimento, para distraer el hambre. Gente que vivía en condiciones infrahumanas hasta no hace mucho, los cabreros, con nueve años, que no iban a escuela y que estaban ahí solo por el alimento.
Ch.A.: Era la pobreza secular del campo.
E.M.: Aquí en Salamanca sabemos mucho de eso que se llama la “de-hesa”, que es “la-defensa” y el ejemplo es que si una dehesa puede alimentar trescientas vacas y metes quinientas, pues todas pasan hambre. La gente, antes de pasar más hambre, empezó a marcharse a principios del siglo XX a América. A mediados marchó a Suiza, Francia, Alemania, y después al País Vasco, Cataluña, donde había trabajo, con lo cual el campo se ha ido vaciando, y además, lógicamente, porque un tractor hace el trabajo de 200 personas. Han sido muchísimos los factores que han intervenido en que se vaciara.
Ch.A.: ¿Y ahora qué hacemos?
E.M.: Pues si tuviera la solución sería la leche, sería a lo mejor el presidente del gobierno. Se lo decía a un periodista, es bueno que esto nos sirva para reflexionar, coño, si todos venimos del pueblo. Mi generación ha sido la primera que, gracias a los seminarios, pudo estudiar, pero nadie volvió. Fue la primera vez que el hijo de un cabrero podía ser médico, y el mensaje subliminal es que cuando eres médico para qué coño vas a volver.
Ch.A.: Pero volvemos, comprando la segunda residencia.
E.M.: Claro, yo le decía: “Tú solo cuenta la gente que sale de Madrid o de Barcelona los fines de semana, que vuelve a la tierra, a lo mejor no a su tierra, pero vuelve a la tierra, que quiere llevar a los niños a ver un gallinero, a mear debajo un pino o a comerse unas alubias con chorizo”. Estamos con la preocupación por el clima, que estamos acojonaos pero no hacemos nada por cambiarlo. Que las ciudades serán irrespirables, entonces ¿Para qué coño quieres ganar tres mil euros en Madrid si no puedes respirar? ¡Si tus hijos tienen problemas de bronquios! ¡Si no puedes cantar una canción de cuna a tu hijo porque llegas reventao a casa! Vivimos en una apisonadora que nos está machacando y alguien tiene que reaccionar.
Ch.A.: Vosotros, los Mayalde, en cierto modo habéis reaccionado.
E.M.: Nosotros tenemos la suerte de poder vivir de lo que te gusta y vivir donde te gusta y tener la posibilidad de ver a nuestros hijos y nietos. Vivimos aquí porque apostamos por vivir aquí. También es verdad que vivir a cinco kilómetros de Salamanca y que se mantengan servicios es muy importante, no quiero hacerme el chulito. ¡Nos hemos quedado aquí porque somos la hostia y me encanta lo rural! Que es verdad, pero es que aquí hay posibilidades, posiblemente no las mismas que en Villarino o Pereña.
Ch.A.: Que la administración ponga médico, escuela, autobús a todos.
E.M.: Mira, en Aldeatejada, todas las mañanas ves los coches con el padre o la madre con su niño. Porque al niño hay que llevarlo a Maristas, a Santa Catalina… ¿Qué ha pasado cuando gente de la edad de mi hijo se ha dado cuenta de que la pandilla se hace en la escuela? Que de pronto deciden todos juntos llevar a los niños a la escuela, y ¿sabes qué ha pasado? Que el ayuntamiento se ha planteado hacer un colegio, es como el restaurante que tiene clientes, amplía. Pero no es lo mismo vivir en Aldeatejada que en Pereña. La administración en estas cosas siempre habla de rentabilidad y hay cosas en las que no hay que mirar la rentabilidad, es decir, si tú pagas los mismos impuestos en Pereña, Aldeatejada, tú deberías tener derecho a los mismos servicios.
Carmen Borrego: Tienes hijos, necesidad y la administración responde.
E.M.: Llevamos años pidiendo un colegio, no se hace el colegio porque no hay niños, haz el colegio y la gente, en vez de llevarlos a Salamanca, los trae aquí. Lo que demuestra que las revoluciones siguen viniendo desde abajo, no pretendamos que las revoluciones vengan desde arriba, al que tiene seis mil euros de sueldo más dietas, le preocupa seguir manteniendo su estatus, ese no va a hacer revoluciones.
Ch.A.: Virgencita que me quede como estoy…
E.M.: El problema de las revoluciones es que las hace la gente y en algunos pueblos ya no hay gente, y la gente que hay tiene de ochenta años para arriba. Esa es una edad jodida para hacer revoluciones, porque estás cojo, o con el sintrom. Esos hicieron la revolución en su día. ¿Quién está reivindicando las pensiones? Esa gente de Bilbao, con setenta y pico años, que tienen mil y pico euros de pensión, que se podían quedar en su casa de puta madre tan tranquilos y vienen a reivindicar las pensiones de sus hijos y de sus nietos. Pero vamos a ver, todo lo que consiguieron hace muchos años los trabajadores, parecía que la siguiente generación, que les hemos criado un poco en mantillas, no lo necesitaban reivindicar.
Ch.A.: Pensábamos que no caducaba.
E.M.: Mentira, se inventan una crisis y se va a tomar por culo la sanidad, el salario mínimo, etc. etc. Los pobres tenemos que estar en la calle siempre reivindicando esas migajas que son a las que tenemos derecho, lógicamente. En el momento en que una generación no sale a la calle, pasa lo que ha pasado, que hay gente magnífica que levanta el Clínico para arriba porque es un estupendo gestor, pero de pronto nombran a alguien y le dicen, cárgatelo, y se lo carga. En el momento en que el pueblo se relaja, pues pierde cosas, no pierde cosas, se las quitan.
Ch.A.: Eusebio, dedícate a la política.
E.M.: Yo estuve de concejal aquí en el pueblo y casi me cuesta el matrimonio porque me traía los problemas a la cama, a Eusebio Mayalde la mesa, al salón. En el fondo esto es como una familia, lo primero que tiene que hacer un padre o una madre es que todos sus hijos coman, tengan un techo, luego ya con lo que sobre nos compramos una televisión grandísima. Ahora, de ocho hijos que tenemos, cinco viven de puta madre, hablo ya del país. Mirad, si yo fuera el presidente del gobierno yo no dormiría, como este que decía que no dormía por no sé qué, yo no dormiría si voy por una calle de Madrid y hay un tío durmiendo entre cartones, porque soy el padre de familia de esta nación, joder. Y no solo eso, es que tengo mucha gente a mi alrededor encargada. No sé a quién he oído decir que este es el mundo no de los líderes, sino de los asesores. Yo cuando era concejal, si a un muchacho le quedaban nueve asignaturas, iba a su casa a ver qué pasaba
Ch.A.: Te voy a llevar a mi instituto para que hables con unos cuantos.
E.M.: ¿Tú no harías eso? ¿Para qué coños eres concejal de cultura si no te preocupa eso? Me preocupa ese chico como si fuera mi hijo. Nos dirige la mediocridad, y la mediocridad no quiere un pueblo culto. A cualquiera de estos políticos, un albañil, un pastor, les podía levantar la mano y decirles “Oiga, yo creo que usted no está haciendo lo que debe”. Eso jode, eh, eso jode, pero como no se lo dice nadie... Los votos no dan la razón, los votos te permiten gobernar. Eso sumado a que los padres han delegado la educación de sus hijos en los maestros, y no, no, el niño tiene que venir “lavao, desayunao y educao” de casa. Pero como nos hemos metido en la vorágine de comprar un chalé así cuando así nos valía… Nadie tiene tiempo de educar a sus hijos así que, a sus niños, que los eduque el maestro.
Ch.A.: En las ciudades los padres ni ven a los niños. ¿En el pueblo también?
E.M.: No hay tiempo, Charo, que yo vengo hoy de La Maya… Mira, me he estado tomando unos vinos y siempre sondeas. La Maya se va, dentro de poco no hay ni pueblo, pero los cuatro agricultores que quedan se han metido en tractores tan inmensamente grandes… Mi padre dio de comer a seis hijos con cinco hectáreas, estos con cien hectáreas un tío solo casi no vive porque tiene que pagar un tractor que vale no sé cuántos miles de millones, nos ha comido la jodía avaricia y resulta que en los pueblos no tenemos tiempo para nada.
Ch.A.: Así no arreglamos la España vaciada.
E.M.: Fíjate en otro detalle del abandono de los pueblos: tú te pones en San Felices de los Gallegos o en Pereña y miras al otro lado del Duero, a Portugal y no hay un centímetro cuadrado sin cultivar. Unas viñas de la hostia, unos olivos, las viñas de sus abuelos. Los colegios están llenos de vida, tienen unos restaurantes de la hostia. Ahora mira la parte de acá, todas las viñas, olivos, almendros perdidos, aquí la gente vendió los derechos de viñedo, que les dan cuatrocientos euros, y con eso tengo yo para tomarme cañas aquí en el bar, si no necesito más. Pero si no es que no necesites más, tío, si es que tú le debes a la tierra lo que la tierra te ha dado a ti: ¡La vida! ¡Pero si durante generaciones han cuidado ese olivar y han bailado esos bailes! Ya no te hablo de la espiritualidad porque ese es otro cantar, para mí cuidar el olivar y la viña es espiritualidad.
Ch.A.: Eso no lo ve nadie, Eusebio.
E.M.: Claro, si a un tío no le hace efecto eso, que es de lo que come, qué le vas a pedir que siga manteniendo de lo que no come. Y eso es seguir contando las historias a sus hijos o seguir manteniendo el ritual de la Rosca o de la Ronda. Se murió la espiritualidad. Y si a un ser humano le quitas la espiritualidad, somos vacas y tú a una vaca no le pidas que no venda la viña del abuelo porque es una vaca. Yo digo muchas veces en el escenario, si dejamos de juntarnos a cantar, esa vieja religión la más vieja y la más benéfica que conoce el ser humano, juntarte a cantar con los demás, volvemos a la vaca. Y si tú sueltas trescientas vacas en la Plaza Mayor de Salamanca y las dejas allí cuatro horas, cuando las sacas de ahí hay menos mierda que cuando termina la nochevieja… universitaria… Y la gente se ríe y aplaude porque las verdades se entienden enseguida.
Ch.A.: ¿No sale más lista la vaca?
E.M.: Charo, deja a la vaca. La España vaciada es fruto de muchas cosas que vamos arrastrando mucho tiempo, pero oye, los que critican a esta generación de la nochevieja no se dan cuenta de que son nuestros hijos… y si un perro muerde es culpa del amo. Es que no los hemos educado bien. Hemos perdido el principio de autoridad y primero, en la familia.
Ch.A.: La familia Mayalde ha hecho algo grande con la película y el anuncio.
E.M.: Con la peli hemos hecho algo atemporal, que seguirá ahí.
Ch.A.: ¿Os lo merecíais?
E.M.: ¿Lo qué?
Ch.A.: La repercusión nacional de vuestro trabajo.
E.M.: Es que el concepto de merecértelo…. Nosotros hemos sembrao mucho en el desierto, y en el desierto a veces florecen cosas. No nos podemos quejar de cómo nos ha ido, cuando empezamos nos llamaron de todo, hasta de buen plan ¿Dónde van estos con el caldero de su abuelo? ¡Si esto ya está superao, si a la tradición hay que darle una vuelta de tuerca ya! Nosotros, Pilar y yo, dijimos que íbamos a seguir manteniendo esto, patrimonio inmaterial, histórico, que por parte de las administraciones ha tenido muy poca protección. Muy poca ninguna.
Ch.A.: Eusebio, y después de tus conciertos echas el sermón…
E.M.: Después no, yo lo echo durante, antes, durante y después. A mí siempre me ha preocupado más lo que digo entre canción y canción que la propia canción, porque el escenario es un púlpito, joder, y cuando tú tienes un pueblo reunido delante de ti, tienes la obligación de utilizar ese púlpito. Si vosotros estáis aquí esta tarde es porque algo os preocupa, joder, ¿o no?
Ch.A.: No, nos han mandado.
E.M.: Con la que llevamos liada con el anuncio llaman de Madrid todo el día y eso es porque nos preocupa todo esto. Cuando se estrenó la película también.
Ch.A.: Fantástica película. ¿Cómo lo ve ahora tu nieto Beltrán, Zaniki?
E.M.: A Beltrán le ha servido para curtirse. Tampoco creas que le ha afectado mucho. Beltrán sigue haciendo conmigo lo que lleva haciendo toda la vida, lo mismo que hizo en la peli. En la peli no hay prácticamente segundas tomas. Yo dije que no las quería porque a mí me parecen mentiras, yo no soy actor, no soy capaz de falsear una cosa, si sientes eso en ese momento, lo sientes, en los siguientes cinco minutos ya sientes otra cosa. Lo hicimos así porque Gabriel en su cine funciona así. Ch.A.: La película es un acontecimiento, las instituciones debían tenerlo muy presente.
E.M.: Yo a mis hijos les dije hace mucho tiempo: “Si en esta profesión pierdes la dignidad, nos dedicamos a otra cosa, si tenemos que cantar en la calle La Rúa con un sombrero, cantamos, pero ir por los despachos, no”. Uno tiene que merecerse su trabajo, no mendigarlo, y ahí seguimos.
Ch.A.: Me das un montón de titulares. Oírte es un placer… ¡Escribe un libro!
E.M.: Los viejos, tengo la cabeza llena de viejos. Los viejos que no sabían leer y escribir que hemos escuchado hablaban muy bien. Y se expresaban y gesticulaban muy bien, estaban acostumbrados al teatro de la cocina. Cómo no sabían leer ni escribir, contaban cosas y las contaban muy bien. El libro lo tengo en la cabeza. Pero no tengo tiempo, quiero escribirlo y además, escribirlo a pluma.
Ch.A.: Qué bonito lo que has dicho, tengo la cabeza llena de viejos. Eusebio, mi madre cantaba muy bien ¿Por qué ahora la gente no canta?
E.M.: Mira, decía la tía Pepa la Gorda de Salvatierra que era muy cachonda. La sepultura que sale en Zaniki donde yo pongo la grabadora es de ella, y decía: “Hijo, ¿Tú has oído cantar alguna vez a algún rico, a que no? Los ricos, la mala gente tampoco cantan, solo cantan los pobres” La última gran jugada de los ricos ha sido hacernos creer a los pobres que lo éramos, ricos, nos han metido en la cabeza que con el dinero se puede comprar todo y es mentira. Yo me acuerdo de mi padre, sabía hacer una puerta, un arado, coger peces, cazar… tú quítale a un muchacho los mil euros que tiene y no sabe hacer nada, a lo mejor por eso no cantamos, como tenemos dinero para pagar a quien nos cante. El ser humano no puede vivir sin historias y no hay forma más bonita de contar una historia que cantando, porque tiene melodía, tiene instrumento y tiene la propia base de la historia, el cuento. Cuando otro te cuenta sus historias, perdiste la de tu abuelo. Cuando pierdes tu historia la cosa es jodida, ir por la vida sin raíces es estar expuesto a cualquier ventolera.
CH.A.: Ya me has dado otra frase.
E.M.: Y tu tierra, coño, tu rincón, esas cosas que hemos perdido, el olor. Yo toda mi vida he tenido animales porque sé que los niños que nos hemos criado en un corral somos menos salvajes con los animales porque son tuyos: yo he visto llorar a gente matando un cerdo porque tenía nombre. Alguien que tala un árbol para hacer un jembé, le pide permiso al bosque y lo ves ahora y dices, joder, qué ternura, qué sensibilidad… ¡Pero si mi abuela materna decía “Matamos al Canito”, llorando a lágrima viva! ¿Qué pasa, solo tienen sensibilidad otros? ¿Solo lo étnico es lo de Irlanda o lo de Senegal, lo nuestro no es étnico?
Ch.A.: ¿Cómo guardáis todos los testimonios que habéis grabado?
E.M.: Yo sigo trabajando con cinta de cassette, con mi grabadora Sony de toda la vida. Pero ya tenemos muchas cosas digitalizadas. Cuando empezamos, todavía había gente mayor que se preguntaba: ¿Hay gente que quiere seguir escuchando esto que yo sé? Y salir su hijo diciendo: “Madre no le cante usted a estos melenas, no vienen aquí más que a reírse de usted”. Tienes que ir un día que no esté el hijo para grabar a la abuela, entonces todavía había tiempo. Mirad, los cuentos de Popeye o de Grimm te los regalan por Reyes, pero los cuentos de tu abuelo debían ser lectura obligada. Bueno, no, un cuento es para contarse, si lo escribes, pierde la voz, pierde el tono, pierde el gesto… Poder escuchar cuentos en la escuela contados por la gente de tu pueblo, eso sería la hostia. Y otra cosa, es demencial las pocas horas de música que hay en la escuela. Yo estudié en el seminario de Calatrava y teníamos más clases de música que de religión.
Ch.A.: Eran listos, a través de la música se llega a Dios.
E.M.: Si, aquella gente sabía lo que hacía. Allí aprendimos que la música es el alimento fundamental del alma. Eso hay que enseñarlo, por suerte, nosotros cada vez hacemos más conciertos didácticos sobre todo en los alrededores de Madrid, en Móstoles, en Parla.
Ch.A.: ¿No se asustan cuando te ven con los cuernos, con la quijada?
E.M.: No, porque eso lo haces al final cuando el ganao está preparao… Mira, tienes a las diez de la mañana 500 niños, y luego por la tarde, los padres. Y lo bueno es que antes era el padre el que le decía al hijo, “Tienes que ir a ver a Mayalde o a quien sea, vas a oír eso que ya no te sé contar porque llevo muchos años en Madrid”. Y ahora el niño dice, “Papá, tienes que ir a ver a Mayalde porque me has contado que el bisabuelo era pastor”.
Ch.A.: Vamos a llevar el folklore a la escuela.
E.M.: Mira, hemos hecho para eso la casa de La Maya, “La Y griega”. A nosotros nos dedicaron la plaza de La Maya, hace quince años, y yo di las gracias no tanto porque nos la hubieran dado a nosotros, sino porque se la hubieran quitado al generalísimo Franco. Yo a mi pueblo le tengo que devolver algo de lo que mi pueblo me ha dado a mí. A mí mi pueblo me ha dado mi niñez de pueblo de río, de la desnudez, que no pasa nada, por eso hay un desnudo en la película. Hemos hecho allí un centro de enseñanza de tradiciones y no sabes lo que es para mi pueblo, que no quedan más que viejos, entre ellos mi madre, que llegue un autobús de niños, que hagamos un pasacalles y podamos hablar de la madre que parió a la música, los primeros intentos que hicimos los humanos para domesticar los sonidos y luego para organizarlos, desde la fragua. Luego razonamos todo eso y acabamos concluyendo que hemos compartido el privilegio de haber nacido en una de las tierras más ricas del mundo en expresiones musicales, y los últimos que nos vamos a enterar somos los de Salamanca, eso es de dolor.
Ch.A.: Yo quiero ir a esa escuela a veros.
E.M.: Hacemos cursos de fin de semana para padres e hijos, y primero ponemos vídeos donde decimos cómo se llaman las señoras que cantan y bailan, ¡luego vamos a ver si con todos nuestros años de conservatorio somos capaces de llegarles a la suela a estos que tocaron y cantaron como vivieron! Cuando a los ocho años le daban a la tía Máxima un cacho tocino y un cacho pan, un pandero cuadrao y veinte cabras, esa mujer tiene que tocar el pandero de forma distinta a como lo tocas tú con la panza llena. Esa era su vida, ya no vivimos así, no hace falta que lo toques así porque tengas que volver a vivir así, pero esa forma de vivir de ellos produjo unas cotas de calidad musical que no tiene nada que ver con lo que te enseñan en el conservatorio. Son dos mundos, el mundo rural, el mundo del analfabetismo, no de la ignorancia, del analfabetismo y el mundo culto de la escritura. Los dos mundos pueden enriquecerse si hay respeto.
Ch.A.: ¿Enriquecerse o adaptarse?
E.M.: La oralidad tiene sus códigos y la partitura, otros. Jamás he visto a un músico tradicional interpretar a Vivaldi porque no conoce los códigos y es humilde. Estoy harto de ver músicos de conservatorio que cogen una canción tradicional y dicen que hay que modernizarla, ¿Y sabes por qué? Porque no saben hacerlo. Todo se puede enriquecer conociendo los códigos. Di que es una versión Tú haz con el pandero lo que quieras, pero no digas que estás tocando a la manera de Peñaparda. Lo que está haciendo Entavía, por ejemplo, pues de puta madre, son gente joven de conservatorio que hacen su propia versión, y tienen el valor de decirlo en el escenario. Eso lo hizo Camarón con el cajón flamenco, lo trajo de Perú, dile tú a un flamenco que el cajón no es flamenco. Ch.A.: Eres un purista.
E.M.: A mí a veces me han tachado de talibán por lo del purismo ¿Los talibanes no son los que han jodido Palmira? Yo estoy haciendo todo lo contrario. No jodas tío. Talibán serás tú que estás jodiendo las obras de arte a conciencia para que no haya ninguna referencia espiritual anterior a ti. Llámame purista o no me llames nada, pero talibán, no. Tú dile al primer cacereño que llegó con sus ovejas a Cantabria con su rabelino, “Vamos a ver, aquí se ha tocado toda la puta vida la pandereta y ese chisme que usted trae ahí aquí no entra”. Pero cómo que no entra, si somos el país más mestizo del mundo, si Salamanca es como es por la Vía de la Plata, por toda la repoblación de Gallegos de Argañán, de Galleguillos, en la reconquista; arrieros subiendo y bajando, pastores en la trashumancia, Cáceres al lado, por eso tenemos la música que tenemos, por el mestizaje. También es verdad que el mestizaje en las zonas de interior sufrió algo que es muy importante para todo, el poso del tiempo, aquella cosa que llegó tuvo tiempo de sedimentarse.
Ch.A.: ¿Y luego qué pasó?
E.M.: Llegó el gran movimiento del folk, los chicos de pueblo que fuimos a estudiar aquí lo vivimos, se metió guitarras, ya no era el pandero y el badil con el que habías visto hacer el baile en tu pueblo, ya tenías una guitarra y con la referencia de Nuestro Pequeño Mundo, Jarcha, Aguaviva... Dijimos, vamos a seguir a estos porque lo del pueblo ya está denostao.
Ch.A.: Fue el tiempo de vuestro grupo “Tronco Seco”.
E.M.: Sí, había que salir de allí, con el bagaje cultural a tomar por culo ¡Ah, pero esta canción es muy bonita! ¡Sí, pero así ya no, con un puto caldero, ya no! Vamos a meter una guitarra, unas vocecitas… ¿Qué hicimos? sacar las esencias del pequeño frasco y meterlas en un cubo grandote, así se pierden las esencias. Eso fue lo que hicieron antes la Sección Femenina y Educación y Descanso: A Nueva York a lucir los trajes folclóricos y como son hasta aquí, los cortaron porque no se veían los pies a la charra.
Carmen Borrego: Anda que no habré bailado yo…
E.M.: El baile con una mujer es el protocolo del amor humano, la pareja se cruzaba para hablar muy rápido porque estaban vigilando, ¿Dónde vas a llevar la comida a tu padre? Pili, mañana en la fuente… Era el rito de apareamiento. Si perdemos el rito perdemos la espiritualidad, ¿Cómo no va a estar España vaciada si hemos perdido la espiritualidad? Y el rito. Olvidamos todo esto, estamos pagando la prisa en la educación, en el olvido de los ritos. Mirad, ya no hay tiempo para nada, tenemos que ganar dinero para comprar cosas para después tirarlas al día siguiente.
Carmen Borrego: Eusebio, regálame una sonrisa, anda.
E.M.: Tengo yo una sonrisa lateral… yo me río para adentro. Eso sí, como con Gabriel Velázquez, no me hagas repetirla. Una sola toma. Enmudece el atardecer de Aldeatejada, tapiz de esparto en la fotografía épica de la película “Zaniki”. Paisaje helado de la tierra de labor, barbecho del corazón, canción recuperada. Árbol bien plantado, resuena aún la voz de la tradición sobre la cabeza cubierta de Eusebio Mayalde. Huele a leña, a barro y a frío. Y queda el eco de lo eterno, sólido, inmutable, guardado no solo en la vieja cassette del folclorista avezado, sino en la memoria del corazón. Campo, campo, campo…